Por Jimy Gallardo
siempre es dificil cavilar sobre un tema sin caer en la filosofía hueca y eterna; pero hablar sobre el voluntariado es aproximarse a la filosofía quizás desde su arista más práctica (si es que posee alguna, tengo la certeza de que esa es) y emocional, porque ser voluntario es pura emoción, más no emocionalidad.
Caco alguna vez dijo (para los que conocen a ese "portento" de hombre adicto al buen vino) que ser voluntario es entregar la voluntad, pero, ¿a quién? Una opción es a quienes organizan, llamense estos vocal, coordinador o encargado (las discusiones semánticas al respecto me aburren), los cuales son los llamados a comprender de manera profunda el real sentido del voluntariado, más allá del trabajo mismo, más allá de lo material, e inclusive más allá de lo emocional. La coordinación se transforma entonces en un mediador entre el voluntario y el voluntariado.
Otra opción es a la comunidad misma, la que establece los límites dentro de los cuales se genera el voluntariado. Pero a veces hay que transgredir esos tímidos límites para poder hacer algo más.
Yo creo que esto de entregar la voluntad no es perder la autonomía humana de la que cada uno tiene una buena dosis. Creo que entregar la voluntad es sumarse a un bien común, a ser parte de de algo mayor, a sentirse comunidad, comunidad con la localidad en la que se ayuda, comunidad con tus pares.
Hay que olvidarse de las divisiones ficticias de áreas, la división que el mismo saber provoca; hay que avocarse más en lo que nos une (¿el servicio? ¿la idea? ¿el sentir?), lo que nos convoca y nos hace ponernos al servicio de una localidad que nos necesita tanto como cualquier otra. Y es que a veces la comunidad que nos acoge no dimensiona cuan cerca puede estar nuestra realidad a la suya, ni cuanto bien podemos hacernos mutuamente. Sólo hay que entregar la voluntad.
Cierro con un pensamiento a lo Wayne: "hay que hacer lo que hay que hacer", del resto nos encargamos después.
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